¿Epidemia del virus SARS CoV-2 o epidemia de Fake News?
Actualizado: 3 may 2020
La velocidad de diseminación de las noticias falsas, en ocasiones fabricadas con dolo, es más rápida que la velocidad de propagación del virus.
En la era de una de las más grandes Pandemias conocidas por el hombre moderno, la desinformación está poniendo en peligro la vida de innumerables seres humanos.
A sabiendas, de que hasta el momento no existe ningún tratamiento curativo o preventivo contra el virus SARS-CoV-2 agente causal de la enfermedad CoVID-19, se sugieren y se predican remedios caseros, extravagantes y algunos francamente ridículos. Esta práctica de verter falsedades o verdades a medias se lleva a cabo desde todas las esferas de la sociedad, incluso desde el más alto círculo del poder político se difunden ideas tales como el probable uso de desinfectantes por vía parenteral (Donald J. Trump, Presidente de los Estados Unidos de América) o portar estampas religiosas y amuletos diversos para ahuyentar al Coronavirus (Andrés Manuel López Obrador presidente de México). La velocidad de diseminación de las noticias falsas, en ocasiones fabricadas con dolo, es más rápida que la velocidad de propagación del virus.
¿Qué se gana con la difusión de las fake news, noticias falsas o bulos?
Según Carme Colomina lo que se ha ganado es la desconfianza; la desconfianza en las instituciones, en la ciencia y en las narrativas oficiales. Y contra lo anterior, no existe vacuna informativa que las contrarreste. Algunos actores, en esta batalla campal por la difusión de las noticias inexactas, incompletas o parcialmente ciertas, las riegan inconscientemente y ni siquiera distinguen el daño que le genera a la población. Otros, por el contrario lo hacen de manera premeditada, buscando ganar poder político para debilitar al grupo gobernante.
La penetración de estas noticias en la sociedad tiene un altísimo impacto en el imaginario colectivo, desestabiliza, enoja y confunde, en pocas palabras causa zozobra social. Según esta autora, las noticias falsas tienen 70% más posibilidades de ser retuiteadas que las noticias verdaderas. Como ejemplo, cabe señalar que la sola mención en los medios electrónicos de cualquier medicamento o cura (i. e. Hidroxicloroquina + Azitromicina) genera desabastecimiento inmediato sin importar que dichos medicamentos produzcan efectos indeseables graves que pueden ser fatales y más allá aún de su eficacia.
A esta epidemia de desinformación también ha contribuido inconscientemente, la divulgación de la literatura médica especializada. Hoy, cualquier persona, tiene acceso a los últimos artículos médicos sobre CoVID-19, aunque no entienda nada. Así, por ejemplo, se difundió la información de que el virus mata por micro trombosis pulmonar y que esta se cura con anticoagulantes; o la interpretación que se le dio al mecanismo que el virus utiliza para acceder a nuestras células pulmonares uniéndose a los receptores ACE2, que condujo a que algunos desaconsejaran el uso de antihipertensivos (IECA y ARAII).
Mientras muchos grupos científicos están tratando de descubrir el “tratamiento superpoderoso” que acabe de una vez con el virus, o la vacuna confeccionada al vapor; siguen surgiendo un sin número de noticias que alienta a un sector de la población a experimentar, sin recato, con cualquier tratamiento o remedio que se señale en dichos “comunicados”.
El comportamiento de la crisis sanitaria, y su manejo, es diferente en cada Estado.
En México, los “COMENTÓCRATAS” u “OPINÓLOGOS” como son llamados coloquialmente aquellos que de todos los temas conocen, quisieran que el progreso de la enfermedad fuera el mismo que en países con altos niveles de desarrollo (i. e. Corea del Sur, Alemania, etc.) cuando en México, la difusión de noticias falsas se hace, incluso desde de una de las televisoras que cuenta con cobertura nacional. Esas noticias se dan por buenas de inmediato sesgando así la opinión de la sociedad.
Dichos “líderes de opinión”, alarman a la población planteando el peor escenario posible en México. Las autoridades sanitarias mexicanas repiten con insistencia que existe abasto suficiente de provisiones para combatir la epidemia. Sin embargo, sectores de la población, azuzados por esas “noticias” se manifiestan en contra argumentando que los datos no son fidedignos y que hay desabastecimiento.
La velocidad de propagación del virus ha replanteado el paradigma de la asistencia médica y de la convivencia social.
Lo mismo sucede con el número de enfermos y de muertos reportados diariamente, no son reales, reclaman algunos. En México priva un ambiente de incertidumbre y desconfianza, y a la vez de vacilación y esceptisimo, a tal grado, que hay quien piensa que la epidemia no es real. El fin de la pandemia no está cercano ni es halagüeño, la velocidad de propagación del virus ha replanteado el paradigma de la asistencia médica y de la convivencia social.
Para tratar de contrarrestar el dañino efecto de esas fabricaciones, Carrascal y Pintado proponen, como antídoto: la educación, la alfabetización mediática, el compromiso de los gigantes tecnológicos y la creación de fact checkers o verificadores de noticias. Por otro lado, la Organización Mundial de la Salud (OMS), emitió una serie de consejos dirigidos a la población acerca de los rumores sobre el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 en donde exhorta a la sociedad a hacer caso omiso a esos mitos sobre prácticas empíricas para curar o prevenir la infección. Por su parte, António Guterres, Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) llama a que los gobiernos sean transparentes, receptivos y responsables. Recalca la necesidad de que el espacio cívico y la libertad de prensa sean esenciales y llama al respeto de los derechos humanos en todo momento, siempre dentro del marco de la legalidad, y matiza diciendo que no olvidemos que la amenaza es el virus, no las personas.
Autor: José Enrique Magro Ibañez, Médico Anestesiólogo en el Hospital Ángeles del Pedregal, egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Administración de Servicios de Salud y certificado por el Consejo Nacional de Certificación en Anestesiología, Ciudad de México, México.